EL MIEDO Y EL CUERPO

Encender la luz para ver al 'monstruo'

10/04/2020 / Sin comentarios

Cuando escribo estas líneas llevamos 28 días en estado de alarma en España con motivo de una pandemia de alcance mundial. 28 días en cuarentena metidos en casa toda la población. 28 días con las calles vacías y las ciudades en silencio. 28 días de situaciones nuevas que despiertan emociones y pensamientos desconocidos hasta el momento… todos ellos sustentados, muy posiblemente, por el miedo. 

El miedo a no saber qué va a pasar con nuestros trabajos, el miedo a enfermar o que enferme un ser querido, el miedo a la incertidumbre, el miedo a no tener el control… 

Cuatro semanas encerrados con una vorágine emocional sin precedentes que asusta, pero también hace florecer recursos personales y comunitarios desconocidos hasta ahora. Esto no es una invitación a mirar el lado bueno desde un optimismo naif, o a sacar provecho de la situación haciendo un montón de cosas que en la rutina normal no hemos podido hacer.

La situación es bastante compleja, por lo que poner el foco sobre qué territorio real nos encontramos puede ser una buena forma de conocer con qué recursos contamos de verdad; aunque dé miedo, aunque sea desagradable, aunque sea incómodo… debemos dar la luz para ver al “monstruo” dentro del armario.

Rechazar el miedo, ignorarlo, anestesiarlo, dejar que se transforme en odio o ira… psicológicamente es agotador, y físicamente puede dejar una huella sobre nuestro organismo nada saludable.

Por ello, me gustaría compartir lo que sabemos sobre el miedo, cómo puede apoderarse de nuestro estado emocional desencadenando reacciones automáticas sin sentido y, sobre todo, cómo se siente en nuestro cuerpo: un sofisticado mecanismo capaz de transmitir sensaciones intensas y señales de alarma de gran utilidad, que si estamos atentos a ellas, tal vez podamos ser más resolutivos a la hora de gestionar situaciones tan estresantes como en la que nos encontramos. 

Empecemos… 


¿QUÉ ES EL MIEDO?


El miedo es una emoción básica, por lo que es una experiencia humana absolutamente normal. De hecho es un regalo de la naturaleza para asegurar nuestra supervivencia y un mecanismo de defensa que nos permite responder con rapidez y eficacia ante situaciones adversas. 

Los desencadenantes del miedo son muy variados, desde un aspecto universal como es la muerte, hasta aspectos más personales que dependerá de cada individuo y sus circunstancias: miedo a volar, a las arañas, etc.

En cualquier caso, aunque todas estas circunstancias nos pueden despertar sensaciones incómodas, gracias a esta capacidad innata, hemos podido lidiar con depredadores, climas adversos y otras presiones ambientales a lo largo de nuestra historia evolutiva. 

Desde esta perspectiva biológica, cuerpo y mente evolucionaron para reconocer los peligros y prepararse para reconocerlos con eficacia. Pero en algún momento de la historia, y aunque nuestra capacidad de experimentar el miedo es adaptativa, se ha producido un desajuste entre los desafíos a los que tenía que enfrentarse nuestro ‘abuelo paleolítico’, del que tenemos las mismas estructuras biológicas, con los desencadenantes que hemos de afrontar actualmente los seres humanos.


¿A QUÉ TENEMOS MIEDO HOY?


Los miedos de hoy están más relacionados con tener que tratar con alguna persona difícil, cumplir con plazos (proyectos, impuestos, etc.), el miedo al rechazo o la vergüenza de hablar en público. Aunque es poco probable que estas situaciones supongan un riesgo para nuestra vida, como lo sería estar frente a las fauces de un hambriento león, el cuerpo no lo entiende así y sigue reaccionando frente a estas situaciones estresantes como si le fuese la vida en ello, literalmente. En el cuerpo se da el ‘pistoletazo de salida’ a una reacción en cadena que nos prepara para huir, luchar o quedarnos  paralizados. 

Por si esto fuese poco, no solo sentimos miedo como respuesta a esas amenazas externas, sino que también experiencias internas (pensamientos, emociones, sensaciones…) pueden provocar un miedo atroz: el recuerdo de la última conversación con tu jefe tras la reunión, la imagen de un ser querido sufriendo, etc. Los seres humanos contamos con un complejo mecanismo para poder hacer “viajes en el tiempo”, permitiéndonos planificar el futuro o visualizarnos en escenarios alternativos, en la búsqueda de un lugar seguro, en el que pueda sentir que tengo el control de la situación. Esto supone una bendición, por un lado… pero tiene su lado oscuro si no le prestamos atención, ya que ofrece la posibilidad de emplear muchísimo tiempo y energía en repasar, una y otra vez, el pasado y el futuro, en vez de ocuparnos en lo que realmente está presente.

Este diálogo interno permanente que no calla, lo conocemos como 'rumiación'.


TENER EL MIEDO METIDO EN EL CUERPO


La amígdala situada en el cerebro, es un centro de alarma diminuto y se encarga de detectar los mensajes de peligro enviando señales químicas y eléctricas para crear un estado de hiperalerta que activa otras áreas cerebrales. 

El resultado tal vez nos resulte familiar: aceleración del ritmo cardiaco, tensión muscular, aumento de la presión arterial, sudoración, estado emocional intenso… recursos fisiológicos de gran valor si estamos jugándonos la piel frente a ese león hambriento. Pero no es el caso.

Cuando este estado de hiperalerta, caracterizado por la ansiedad, el insomnio y la fatiga, se sostiene en el tiempo, se repite una y otra y otra vez, nuestro cuerpo puede empezar el camino hacia la autodestrucción. Es como mantener el acelerador encendido del coche permanentemente hasta que al final se acaba quemando.


APRENDER A SOSTENER NUESTROS MIEDOS


“¿Cómo? ¿De verdad voy a tener que mirar ahí? ¡Qué difícil! ¡Yo no voy a poder!” 

Todas estas expresiones y muchísimas más nos pueden venir a la mente en este momento solo de plantearnos mirar nuestros miedos. Eso no nos lo han enseñado nunca. Pero las buenas noticias es que es una capacidad que se entrena: la de prestar atención. 

Entrenar la mente a través de la meditación, con la práctica de mindfulness aprendemos a suavizar  esa contracción que se despierta en torno al miedo. Poco a poco aprendemos a dejar de identificarnos con el miedo y se abre un espacio de consciencia más amplio para ver con perspectiva. 

Hay una imagen que me gusta mucho de un maestro que escuché: “La conciencia plena puede abrazar el miedo del mismo modo que una madre abraza al hijo asustado en su regazo… La madre no puede forzar al hijo a tranquilizarse, pero sí puede ofrecer su cariño, calidez, sostén y paciencia”.

Cuando practicamos mindfulness aprendemos a sostener nuestros miedos, a ejercer de madres con nosotros mismos, con calidez y paciencia

¿Difícil? Si

¿Imposible? No.

Es cuestión de práctica.

Aunque el miedo y la preocupación no desaparezcan del todo, la conciencia plena ayuda a disminuir el grado de activación fisiológica y emocional, permitiendo volver al equilibrio más pronto. 

La práctica de yoga es una disciplina que nos puede ser de gran soporte para "entender" el cuerpo en momento de miedo y ansiedad. Te proponemos esta clase de 35' para que realices cuando te  apetezca. 




** Los miembros del Club Clandestino de Meditación ya disponen en la web del Club una visualización guiada para trabajar sobre el miedo. Si aún no eres miembro y te interesa la meditación puedes escribirnos un email solicitando la contraseña a [email protected] **

Gracias por estar ahí. 

Vive tu Cuerpo en este momento, en este lugar.